La ruta al buen infierno

Texto por: Daniel Diaz 

Fotos por: Andres C. Valencia

Los hermanos mayores observan desde las alturas, cerca a uno de los brazos del río Cauca que pasa por Caldas, sus ojos están presentes y nada sucede sin que lo sepan, ellos y ellas son guardianes de la naturaleza y conviven en parte de su territorio con el segundo Palenque de Colombia, un asentamiento de africanos llegados desde lo que ahora es Mozambique hace más de 300 años.

A 1783 MSNM se llega a la cabecera municipal de Riosucio, el hogar de un pueblo multicultural, católico, indígena, mestizo y adorador del diablo. “Salve salve placer de la vida” se suele escuchar en cualquier momento y lugar del municipio sobre todo si es época del Carnaval. La palabra, las cuadrillas, las y los poetas callejeros, los matachines hacen parte fundamental de la identidad del municipio y son una consecuencia congénita del Carnaval de Ríosucio.

La expedición francófona demoró entre 2 a 2 horas y 15 en llegar al ya mentado municipio desde Manizales, su objetivo era lograr un intercambio cultural con esta cuna rica en formas, modos, medios y vías para hacer las cosas, para comunicarse y expresarse, un infierno de saberes que deja anonadado al foráneo con el Guarapo, las Arepas de Sango, los Chiquichoques, las Nalgas de Ángel, el Chontaduro y un largo derrotero gastronómico que evidencia la gran diversidad de las comunidades que aquí conviven.

Manuela López Amézquita Coordinadora Cultural de la Alianza Francesa en Manizales y quien es parte de la expedición que visita a varios municipios del Departamento, cuenta en medio del camino que “francofonía, en este momento es una organización mundial que se percató de que hay una comunidad que se reúne entorno a una lengua que es el francés y que también comparte, crea, intercambia y circula rasgos y valores de la cultura francesa con la del resto del mundo”.

Apenas llegando y cerca de la plaza más próxima a la vía hacia Anserma, el municipio parece tener la dinámica de siempre, algunas personas buscando donde aparcar su vehículo, el comercio circundante siempre en movimiento, la plaza con la mayoría de asientos ocupados en una amalgama de jóvenes y pensionados, la conversación sonora con su respectiva carcajada y ahí en silencio viendo como todo pasa el templo de San Sebastián de Quiebralomo, esa dinámica que para la expedición es casi desconocida por los pequeños detalles que aún no se dilucidan, que están ahí en potencia y que sólo es cuestión de tiempo para que sucedan.

Durante el recorrido en el municipio, y en busca de procesos turísticos reconocibles y que estén dentro de los requerimientos más generales de la oferta, se ve pasar un hombre joven, delgado, de estatura media, con humo negro sobre la cabeza, de tes clara y con un sombrero de labrador del campo, con la cosecha de uno de los frutos más icónicos de Ríosucio, se trata de Óscar Adrián González un joven productor de chontaduro quien considera importante “dar a conocer nuestros productos típicos, con un turismo responsable donde podamos mejorar la calidad de vida de nuestros campesinos, visibilizando el trabajo y brindándole al turista una experiencia nueva, acogedora y con todo el sabor del campo”. Esto lo dice mientras se dirige hacia destino desconocido con un par de racimos de chontaduro para vender, al parecer esta vez la cosecha ha sido abundante y de buen tamaño, el sombrero que acompaña a Adrián se pierde entre las moderadas lomas del municipio y entre pasos tranquilos de quien sabe que lleva en sus manos parte de 6 meses de trabajo.

La comparsa francesa sigue el camino hasta llegar a la plaza de la Candelaria y continúa hasta la Galería donde pide un par de “Nalgas de Ángel”, -un amasijo a base de maíz- para llevar. Se dirigen ahora hacia El Resguardo Indígena Nuestra Señora Candelaria de la Montaña, más específicamente a la comunidad de Las Estancias, un lugar cercano a la cabecera municipal donde se cultiva el chontaduro que, por cierto, llegó a ese sitio puntualmente debido a la suerte de lugar de paso que era antaño. Son 12 variedades de chontaduro las que se dan en la comunidad, estas manzanas del paraíso se consumen sin culpa ni castigo, sin incitaciones de serpientes ni prohibiciones creativas y entre algunos beneficios que se escuchan nombrar, dicen que levantan muertos, congenian con la gula, con la lujuria, hasta sostienen la salud y son ingrediente perfecto para platos locales y foráneos.

Casualmente los ilustres invitados al intercambio cultural se reencuentran con el joven productor de chontaduro, quien muy amablemente se ofreció para ser el guía en Las Estancias. La caminata comienza bajo una canícula despiadada y el caronte de este infierno de cultura y sabor les recomienda usar bloqueador solar. Después de 40 minutos de camino y de escuchar como un riosuceño se vuelve palabra andante, se llega a la finca y casa de Nelson González, un terreno de producción de café y chontaduro. Allí la expedición se toma un pequeño descanso y se refresca. Don Nelson se acerca y comienza una dialéctica de concinas y con principal insumo el chontaduro, ¿Cómo se puede consumir? ¿Cómo se cultiva? ¿En qué platos queda preciso en su sabor? Fueron algunas de las preguntas que surgieron en las cabezas de los expedicionarios, quienes a fin de cuentas tomaron notas mentales casi que indelebles para preparar en sus hogares un par de recetas con los racimos que lograron negociar.

Nelson González productor de chontaduro le cuenta a la Ruta Francófona que la cosecha se da cada 6 meses entre febrero, marzo y abril y entre agosto, septiembre y octubre. Antes de consumirlo, advierte, que se debe cocinar en agua hasta que hierva, dependiendo de lo que apetezca en el momento se pueden dejar hirviendo 1 hora y media, para que el chontaduro quede más consistente o 2 horas, para que el fruto quedé más suave.

Mientras pela con un cuchillo uno de las frutas previamente cocinadas dice con una sonrisa “Hay muchas personas que lo comen de distintas maneras: con sal, con limón y sal, con miel y sal, con café. A mí personalmente me gusta con Café (tinto)” y se lleva un bocado que acompaña con café esperando que la expedición lo imite en el consumo.    

En las bitácoras de esta expedición y los amigos del francés, quedaron registradas experiencias y  conversaciones entre la Francia cultural y los municipios de Caldas en donde se utiliza el francés como punto de conexión y la cultura como punto de partida, una mixtura de comidas típicas, palabras, expresiones, bebidas y dinámicas de movimiento que se confunde en la elasticidad que el tiempo recoge en estos lugares, todo parece ir con más calma, es una paloma negra volando en un cielo despejado y claro, un infierno de la tranquilidad, ese mismo que recibe en Riosucio en los eneros cada dos años a un diablo juguetón que detiene a todo el municipio.

Y Los hermanos mayores observan desde las alturas, cerca a uno de los brazos del río Cauca que pasa por Caldas, sus ojos están presentes y nada sucede sin que lo sepan, ellos y ellas son guardianes de la naturaleza y conviven en parte de su territorio con el segundo Palenque de Colombia, un asentamiento de africanos llegados desde lo que ahora es Mozambique hace más de 300 años. Un infierno lejano al de El Corazón de las Tinieblas y en donde las miradas se siente como un bálsamo para el foráneo.

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